AGUSTÍN, Padre y maestro, conocedor de los luminosos senderos de Dios y también de los tortuosos caminos de los hombres; admiramos las maravillas que la gracia divina ha obrado en ti, haciéndote apasionado testigo de la verdad y del bien, al servicio de los hermanos.
En este nuevo milenio marcado por la cruz de Cristo, enséñanos a leer la historia a la luz de la Providencia divina, que guía los acontecimientos hacia el encuentro definitivo con el Padre.
Oriéntanos hacia metas de paz, alimentando en nuestro corazón tu mismo anhelo por aquellos valores sobre los cuales es posible construir, con la fuerza que proviene de Dios, la ciudad a medida del hombre.
Que la profunda doctrina, que con amoroso y paciente estudio sacaste de las fuentes siempre vivas de la Escritura, ilumine a cuantos hoy son tentados por alienantes espejismos.
Dales el valor de emprender el camino hacia aquel hombre interior donde está a la espera Aquel que sólo puede dar la paz a nuestro corazón inquieto.
Muchos contemporáneos nuestros parecen haber perdido la esperanza de alcanzar, entre las numerosas ideologías enfrentadas, la verdad, de la que todavía en su intimidad conservan la abrasadora nostalgia.
Enséñales a no desistir jamás de la búsqueda, en la certeza de que, al final, su esfuerzo será premiado por el encuentro satisfactorio con la Verdad suprema que es fuente de toda
verdad creada.
Finalmente, san Agustín, transmítenos también a nosotros una chispa de ese ardiente amor por la Iglesia, la Católica madre de los santos, que sostuvo y animó las fatigas de tu largo ministerio.
Haz que caminando juntos, bajo la guía de los legítimos Pastores, alcancemos la gloria de la Patria celeste, donde, con todos los santos, podremos unirnos al cántico nuevo del aleluya sin fin.
Amén.
- San Juan Pablo II