Jan 01
¡Todo está en el Pan!
Cada texto bíblico debe leerse dentro de su contexto o corremos el peligro de manipular la Palabra de Dios para hacer que Dios diga lo que queremos. El evangelio de Juan, sobre el que estamos reflexionando estos días, fue escrito alrededor del año 90-100 d.C. La comunidad cristiana vivía las tensiones de la persecución y la relación con los judíos. Jesús había muerto hacia el año 30 y el recuerdo de la vida, de los signos, de las palabras era una forma de afrontar el mal y vivir con esperanza.
Cada evangelio fue escrito dentro de un mapa terminológico. En el texto de hoy (Jn 6,44-51), por ejemplo, Jesús dice: "¡Yo soy el Pan de Vida!" y luego “¡el pan que yo daré es mi carne dada para la vida del mundo!”
El término griego, usado en el evangelio, para traducir “carne” fue «sarx» que significa ser viviente, ser persona, dentro del espacio y el tiempo.
¡La carne de Jesús y nuestra carne, o la vida de Jesús y nuestra vida están llamadas a una comunión profunda e inseparable! ¡La Eucaristía, el punto más alto de la fe, es “comer el Pan” que es Jesús! Es una promesa, más que un gesto; ¡Es una entrega, más que un mérito! En Jesús, “carne dada al mundo”, ¡todo es don, todo es ofrenda!
¡Alimentándose de Jesús, no hay manera de vivir una vida separada de Él! Volviendo la “carne” de Jesús, nuestra carne, no queda otro camino que el de comunicar, en gestos y palabras, nuestra fe al mundo, asumiendo un compromiso integral en el espacio y en el tiempo!
Teilhard de Chardin, un sacerdote jesuita que también era paleontólogo y geólogo, imposibilitado de celebrar la Misa cuando estaba en misión en el desierto cerca de Mongolia, en una meditación llamada "La Misa sobre el Mundo", escribió: "ya que una vez más, Señor, en las estepas de Asia, estoy sin pan, sin vino, sin altar, subiré por encima de los símbolos a la pura majestad de lo real y te ofreceré, yo, tu sacerdote, sobre el altar de toda la tierra, el trabajo y dolor del mundo”.

¡Carne de Dios en la carne del mundo!
Sólo es posible responder: ¡Amén!

P. Maicon