Sep 23
¡La vida como una chispa de luz!
La meditación del evangelio de hoy recuerda a Eduardo Galeano. En un momento, en el Libro de los Abrazos, escribió una historia que leí por primera vez en 2008: “un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, logró subir al cielo. Cuando volvió, contó que había contemplado la vida humana desde arriba. Contó que somos un mar de fuego. - Así es el mundo, reveló, mucha gente, un mar de fuegos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay grandes hogueras y hogueras pequeñas y hogueras de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se da cuenta del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Unos fuegos, fuegos tontos que ni encienden ni queman; pero otros prenden fuego a la vida con tal voluntad que es imposible mirarlos sin pestañear, y el que se acerca prende fuego”.
Jesús le dijo a la multitud que la luz es algo que no puede permanecer oculto: “¿Quién trae una lámpara para poner debajo de la cama? (Lc 8, 16-18)¡Luz para iluminar! Imaginemos que en la época de Jesús no había luz eléctrica. No tenía sentido entrar con una vela y esconderla.
La invitación es a traducir, es a involucrarse de tal manera que la vida no se esconda. Nadie puede dejar de ser lo que es! Así es con Dios, además de saber todo acerca de Dios, es necesario dejar escapar su luz por nuestras manos, por nuestra vida, y configurarse en luz, o, como escribió Galeano, en fuego. Guardar, esconder la luz es guardar y esconder lo que somos.
Es inevitable pensar que la luz sigue ahí, aunque la rechacemos. Ella es transgresora e iluminar hacia adentro también es vocación. Clarice Lispector que decía: «Yo no escribo por fuera, escribo por dentro». Valter Hugo Mãe, un portugués visceral, tradujo esta trascendencia en medio de su ateísmo: «¡quien deja una chispa de luz en su corazón, nunca se queda ciego!». ¡Amén!
P. Maicon