Dec 22
Magníficat: ¡el canto de la grandeza de Dios!
El feliz encuentro entre María e Isabel es traducido por el teólogo y poeta Ermes Ronchi como “La danza de los vientres", ¡que es también el título de uno de sus libros! De hecho, al comienzo de la fe cristiana hay un encuentro de alegría, de exultación, de generosidad que no tiene fin en sí mismo. ¡Dos mujeres embarazadas gracias al «Dios de lo imposible», dos mujeres que, a pesar de las dificultades de cada día, percibían la acción de Dios en la historia!

Fruto del encuentro es el canto que María ofrece a Dios en el Evangelio de hoy (Lc 1, 46-56). El mismo Ermes Ronchi escribe: “Isabel introdujo la melodía y María se convirtió en música y danza, su cuerpo, un salmo: ¡mi alma engrandece al Señor!” ¡Todo se convierte en Magnificat! ¡Todo canta la grandeza de Dios! ¡De hecho, Magnificat significa hacer más grande a Dios! ¡Es abrir, expandir la ventana de nuestra vida a la gracia de Dios!

El Cántico de María recuerda muchas cosas fundamentales, pero una de ellas es quizás la más fundamental: ¡Dios fue primero! Fue Dios quien miró e hizo grandes cosas, fue Dios quien mostró el poder de su brazo y dispersó a los soberbios, fue Dios quien derribó del tronos a los poderosos y levantó a los humildes, fue Dios quien colmó de cosas buenas a los hambrientos y despidió a los ricos vacíos. ¡Fue Dios quien ayudó y consoló! Fue Dios, fue Dios… Porque corremos el riesgo de pensar que todo se traduce en nuestro esfuerzo, nuestro compromiso, nuestra voluntad.

En cierto momento de su vida, San Pablo se dio cuenta: “Tu gracia es suficiente” (2 Cor 12, 8-9). No significa omitir la responsabilidad, sino abrir espacio, expandir lo que somos, ¡permitir que la gracia suceda en la historia! De la mano de la memoria y de la Historia de la Salvación, rezar el Magnificat hoy es, como decía también Ermes Ronchi, ¡“mirar con María por la ventana del futuro”!

P. Maicon