Apr 30
¡Una vida agarrada por las manos del Buen Pastor!
En el evangelio de este domingo (Jn 10,1-10) Jesús contrapone la autoridad del pastor a la del ladrón de ovejas. En el fondo, con la parábola, Jesús estaba haciendo una gran crítica a los líderes religiosos que no podían ayudar a la gente a ser más feliz y convertían la religión en un instrumento de dominación y servidumbre. Por otro lado, la práctica del buen pastor abrió otra gramática: “Yo vine para que todos tengan vida y la tengan en abundancia”. En efecto, Jesús es el buen pastor que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, es decir, vive de la cercanía, las conduce a una vida cada vez mayor, “hacia afuera”, sin apagar la libertad y ni la autonomía.

Me gusta mucho el arte de Sieger Koder porque ayuda a rezar la identidad, el corazón, el amor sencillo y grande de Jesús, el buen pastor! Todo brota del sol, un sol inmenso, una verdadera fuente de la que emana fuerza y luminosidad. ¡El sol invita a la confianza, a abandonarse a él! Así como el sol “se apodera” de todo, parece disolverse en las manos de Jesús, donde la oveja encuentra apoyo y descanso. ¡Nadie se queda fuera de las manos del pastor! Son manos que buscan a los perdidos, a los astillados, a los abandonados, a los enfermos... buscan a todas, a todas las ovejas. Son las mismas manos que hicieron milagros, que levantaron a los caídos, que salvaron a Pedro de hundirse, que lavaron los pies. Las manos del pastor son grandes como para decir: ¡todos tienen un lugar aquí!

El ojo del buen pastor está fijo en las ovejas y los ojos cerrados de las ovejas son como los que confían y se abandonan en este inmenso amor. Jesús es la puerta a una vida nueva, feliz, plena, iluminada como el “sol naciente”, la puerta de Dios en medio de la historia. El artista transforma todo en una fiesta: el árbol seco comienza a brotar, las mariposas, la música, el baile, los abrazos, la circularidad, las rosas rojas, todo se recrea y armoniza en el amor. ¡Todo es resurrección!

Resuena en el corazón y en la oración lo que un tal Abercio, convertido al cristianismo hacia el año 180, escribió en un epitafio: “Soy discípulo de un santo pastor que tiene ojos grandes, su mirada alcanza a todos”.

P. Maicon