Jun 29
PALABRAS DEL SANTO PAPA BENEDICTO XVI (Mt 8,18-22)
El evangelista Lucas nos presenta a Jesús camino de Jerusalén, donde se encuentra con unos hombres, probablemente jóvenes, que prometen seguirlo adondequiera que vaya. Les es muy exigente, advirtiéndoles que «el Hijo del Hombre, es decir, el Mesías, no tiene dónde reclinar la cabeza», es decir, no tiene un hogar permanente, y que quien decida trabajar con él en la viña del Señor nunca podrá arrepentirse (cf. Lc 9,57-58.61-62). A otro joven, Cristo mismo le dice: «Sígueme», pidiéndole que se desprenda completamente de los lazos familiares (cf. Lc 9,59-60). Estas exigencias pueden parecer demasiado severas, pero en realidad expresan la novedad y la absoluta prioridad del Reino de Dios que se hace presente en la persona misma de Jesucristo. En definitiva, se trata de esa radicalidad que se debe al Amor de Dios, al que Jesús es el primero en obedecer. Quienes renuncian a todo, incluso a sí mismos, para seguir a Jesús entran en una nueva dimensión de libertad, que san Pablo define como «caminar según el Espíritu» (cf. Gálatas 5,16). «¡CRISTO nos liberó para la libertad!», escribe el Apóstol, y explica que esta nueva forma de libertad que Cristo conquistó para nosotros consiste en estar «al servicio de los demás» (Gálatas 5,1-13). ¡Libertad y amor coinciden! Por el contrario, obedecer al propio egoísmo conduce a la rivalidad y al conflicto. (Papa Benedicto XVI, Ángelus, 27 de junio de 2010)