Oct 30
¡Dios de ternura!
La imagen del Evangelio de hoy es fascinante y maternal: «Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, pero no quisiste» (Lucas 13:31-35). Este es el lamento de Jesús por la dispersión, por lo cerrado de Jerusalén a su proyecto.

Jesús evoca la sensibilidad, la dulzura, la calidez de la gallina que abre sus alas para que, con comodidad y seguridad, los polluelos se sientan protegidos. Es el rostro de Dios que ama, que cuida, que consuela y que, ante una amenaza, en lugar de paralizar, abre, expande y amplía las posibilidades del amor. ¡Dios se entrega por completo, se entrega por completo!

Catalina de Siena escribió que Dios «no puede dar nada menos que a sí mismo. Pero al entregarse a nosotros, nos da todo». La escuela del Evangelio consiste en descubrir el lugar de la ternura de Dios en la vida y hacer de la ternura un camino personal y comunitario.

Es cierto que, en medio de la polarización, las numerosas acusaciones y las disputas, las alas de un Dios amoroso y generoso se apagan, pero Él siempre espera nuestro regreso, la comprensión de que el odio y las mentiras conducen al absurdo de la deshumanización y al alejamiento del calor sagrado.

En el tercer libro de la Divina Comedia, el Paraíso, Dante se encuentra con Piccarda Donati, una mujer obligada por su hermano a abandonar la vida religiosa para casarse con un hombre rico con el fin de mejorar el negocio familiar. Se cuenta que Piccarda murió de lepra antes de la boda, lo que se interpretó como una gracia divina por sus muchas plegarias para no casarse. En el Paraíso, Dante se sorprende al reconocerla siempre sonriente y exclama: «¡La dulzura que sientes ahora, sin haberla probado, jamás se comprenderá!».

La ternura, la buena voluntad y una vida plena solo pueden comprenderse cuando se viven, se demuestran y se experimentan en la vida diaria y en la oración. Se trata de compartir la ternura con el mundo y abrir los ojos para percibir, desde lejos, las alas de un Dios que siempre tiene un lugar para nosotros.

P. Maicon