Mar 11
San Eulogio de Córdoba y San Sofronio

Es uno de los grandes hombres que han enriquecido la historia de la Iglesia. Era brillante y audaz; un valeroso defensor de Cristo hasta el final. Vivió en Córdoba en el siglo IX. Su familia permaneció fiel a la fe católica a pesar del dominio musulmán que penalizaba con severos impuestos la asistencia al templo, y daban muerte a quien hablase de Cristo fuera de él. Con estas presiones y el miedo al martirio muchos católicos abandonaban la ciudad.

Eulogio renovó el fervor de sus conciudadanos dentro de la capital y en sus aledaños. Su abuelo le enseñó siendo niño a que cada vez que el reloj señalase las horas, dijera una pequeña oración y así lo hacía, recitando, por ejemplo: «Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven aprisa a socorrerme». Se formó en el colegio anexo a la iglesia de San Zoilo. Y también influyó en su educación el abad y escritor Speraindeo. Recibió una esmerada formación en filosofía y en otras ciencias. Su biógrafo, amigo y compañero suyo de estudios, Álvaro de Córdoba (Paulo Álvaro), reflejó su juventud diciendo que: «Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales.

Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los reglamentos de sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de casas religiosas en España». Álvaro añade que: «tenía gracia para sacar a los hombres de su miseria y sublimarlos al reino de la luz». Siendo sacerdote, era un predicador excelente. Su anhelo fue agradar a Dios y se ejercitaba en el amor viviendo una rigurosa vida ascética. Confidenció a sus íntimos: «Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia». Este sentimiento de indignidad que acompaña a los santos, le instaba a emprender un camino de peregrinación para expiación de sus culpas. Roma era su objetivo, pero su idea de llegar a pie era casi un imposible. De modo que pospuso este proyecto.


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San Sofronio de Jerusalén

Nació en Damasco, hacia el año 560. Pasó veinte años bajo la dirección experta de San Juan Mosco. Juntos visitaron varios monasterios de Egipto, con el propósito de pasar a Roma. Una vez en la Ciudad Eterna, el año 619 murió San Juan Mosco. Entonces, San Sofronio decidió regresar a Palestina. En el año 633 o 634 fue elegido Patriarca de Jerusalén, mostrándose desde entonces como un pastor celoso de su grey. La biografía de San Sofronio podría centrarse en dos polos de interés: su afán de santidad y su integridad doctrinal, que le llevó a sufrir mucho por defender la fe católica frente a la herejía del monotelismo. Estas dos características quedan muy bien reflejadas en su producción literaria, de la que nos han llegado algunas obras que podrían llamarse de entretenimiento, unos cuantos himnos y varios escritos hagiográficos, como la Vida de los santos egipcios Ciro y Juan y algunos fragmentos de una biografía del Patriarca alejandrino Juan el Limosnero. Publica una carta sinodal en donde defiende la fe calcedoniana contra el monotelismo. Tiene escritos hagiográficos, homilías (11), odas anacreónticas (23).

Murió en Jerusalén el 11 de marzo de 638 (un año después de la toma de Jerusalén por el Califa Omar). Parece ser que fue maestro de retórica y por esta razón se le dio el título de "Sofista" (Sofronio el Sofista). Se hizo monje en el monasterio de San Teodosio, junto a Jerusalén. En compañía de su maestro, Juan Mosco, se dirigió a Egipto, en donde los dos monjes se dedicaron a la conversión de los monofisitas. Luego fueron a Roma, donde murió Juan Mosco. Sofronio llevó sus restos al monasterio de San Teodosio. En 634 lucha contra los monotelitas en Egipto y África, y luego en Constantinopla contra el patriarca Sergio. Fue elegido patriarca de Jerusalén en 634. Publica una carta sinodal en donde defiende la fe calcedoniana contra el monotelismo. Tiene escritos hagiográficos, homilías (11), odas anacreónticas (23).


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