¡Oh María, nuestra querida mamá!
El evangelista Lucas cuenta que el apóstol Pedro durante la Pasión en un momento de debilidad negó a Jesús.
Pero Jesús con la mirada llena de misericordia perdonó a Pedro, que enseguida lloró amargamente por su gran pecado.
¿Quién enjugó aquellas lágrimas?
Nosotros creemos que Pedro corrió donde tú estabas y que tú recogiste las lágrimas de arrepentimiento.
¡Oh María, nuestra querida mamá!
Hoy los confesores en todos los rincones de la tierra recogen las lágrimas de arrepentimiento de aquellos que buscan el perdón de Dios.
La misión de los confesores es muy delicada y al mismo tiempo muy necesaria.
¡Oh María! Da a los confesores tu delicadeza y tu capacidad de transmitir confianza y esperanza.
¡Oh María! El pecado es malo porque hace daño.
Concede a todos los sacerdotes confesores la alegría de ser instrumentos de la misericordia de Dios y empuja suavemente a los pecadores a buscar el perdón siempre dispuesto de Dios.
Amén.