(Puede rezarse en cualquier día y del modo que se quiera; pero se puede rezar iniciando el jueves Santo a las 12 de la noche, cada hora hasta el viernes a las 3 de la tarde, acompañando a Jesús en su agonía).
Yo os adoro, sagrado Rostro de mi Señor Jesucristo, dibujando con el pincel de la caridad, e iluminado con vuestra Preciosísima Sangre.
Yo os suplico, por el consuelo que sentiste al contacto de aquel tosco lienzo humedecido con las lágrimas de aquella piadosa mujer.
Yo os suplico, por la impresión que le causó ver estampado en él vuestro semblante divino, para servir de veneración a los que os aman con la esperanza de conoceros en el cielo.
Yo os suplico, por este hecho que no volverá a repetirse y que se ha hecho tan memorable de siglo a siglo, de generado en generación.
Yo os suplico, por la intensa pena con que visteis a vuestra Santísima Madre en el primer encuentro, sin poderla consolar.
Yo os suplico, por el dolor tan grande y sonrojo que sufriste cuando aquel hombre descargo sobre tu Santo Rostro la terrible bofetada.
Yo os suplico, por la vergüenza que os causó cuando despojado de tus vestiduras delante de aquella muchedumbre implacable y corrompida os hallasteis.
Yo os suplico, por la multitud de azotes que descargaron sobre vuestro Santísimo Cuerpo sin piedad.
Yo os suplico, por los dolores que la causó la corona de espinas que puso vuestra cabeza teñida de sangre.
Yo os suplico, por el desfallecimiento que sentisteís cansado con el peso de la Cruz, por los pasos que disteís, en la calle de la amargura, por los suspiros que disteís, por las lágrimas que derramasteis, por Vuestra sangre regada en las calles de Jerusalén, por el dolor de los clavos, por la hiel y vinagre, por las siete palabras que pronunciasteis, por el desconsuelo que sufriste, encontrándonos abandonado del Padre por la agonía que tuvisteis para morir, por aquel dolor tan grande que padeciste viendo a la Santísima Virgen inconsolable en aquella angustia sin poderos desprender de la Cruz.
Padre mío, por estos recuerdos para nosotros tan dolorosos yo la pido de limosna la salvación de mi alma y la salud de mi cuerpo. Amén. (Padre Nuestro y Avemaría)
Señor mío Jesucristo, que no queréis que ninguno perezca; a quien nunca se pide sin esperanza de misericordia, porque dijiste por tu propia, santa y bendita boca, que todas las cosas que se pidiesen en tu Santo Nombre, las concederás, te pido por tu Santo Nombre, me concedas (se hace la petición).
A Jesús Crucificado Aquí me tenéis, Señor acatando vuestro eterno y impenetrable designios, y a ellos me someto de todo corazón. Por el amor que os tengo todo lo acepto por Vos, y uno este inmenso sacrificio al que hicisteis en esa Cruz por nuestro amor. Dirigid, Señor, una tierna mirada a los que postrados a vuestros pies claman a Vos y os llaman en su auxilio.
Jesús de mi vida, mi amor y único consuelo de ni alma desolada. Aquí estoy también, Señor, a vuestros pies, regándolos con mi inmenso dolor y mi abandono. Bien lo sabéis, Señor me hallo en lúgubre la oscuridad y lleno de tristeza, apurando el cáliz de amargura que eme estaba destinado: sólo vos podéis darme fuerza para luchar y vencer.
No permitaís, Jesús mío, que la desesperación ni el desaliento claven en mí sus garras; antes bien, ayudadme con vuestra gracia para desafiar serenamente las tempestades del dolor, Si todos me abandonan e insultan mi pena, si mis enemigos se gozan en mis males, apartado de mí sus depravados designios y mostraos propicio a mi aflicción. A Vos sólo pongo mis quejas, pues sois mi Padre, mi amigo y ni único Juez; Perdóname como Padre, consolarme como amigo y defendedme siempre como justo juez.
También os dirijo, Jesús mío, una súplica ferviente por todos aquellos a quienes debo gratitud y afecto: pagadles mil veces el bien que me han hecho y bendedidles. Tened piedad de los que sufren, consolad en su aflicción a los tristes y atribulados, fortalecer a los débiles, socorred a los agonizantes, atraed a Vos todo los pecadores y aliviad las almas del Purgatorio.
Dadnos, Señor a todos los que os servimos vuestra paciencia, vuestra humildad y vuestra divina gracia, sobre todo a los que amo; y ya que me disteís desde esa Cruz la edificante enseñanza del perdón, concédeme, amor mío crucificado, que perdonando y amando como Vos a los que han hecho mal, viva con Vos en esa Cruz, en esta vida, para poder gozar de la eterna gloria y vivir eternamente en vuestra compañía.
Amén.