Memoria de san Francisco, el cual, después de una juventud despreocupada, se convirtió a la vida evangélica en Asís, localidad de Umbría, en Italia, y encontró a Cristo sobre todo en los pobres y necesitados, haciéndose pobre él mismo. Instituyó los Hermanos Menores y, viajando, predicó el amor de Dios a todos y llegó incluso a Tierra Santa. Con sus palabras y actitudes mostró siempre su deseo de seguir a Cristo, y escogió morir recostado sobre la nuda tierra.
Se ha dicho que san Francisco entró en la gloria desde antes de morir y que es el único santo a quien todas las generaciones hubiesen canonizado unánimemente. Estas exageraciones, que no carecen de fundamento, nos permiten afirmar con la misma verdad que san Francisco es el único santo de nuestros días a quien todos los no católicos estarían de acuerdo en canonizar. Ciertamente no existe ningún santo que sea tan popular como él entre los protestantes y aun entre los no cristianos. San Francisco de Asís cautivó la imaginación de sus contemporáneos presentándoles la pobreza, la castidad y la obediencia en los términos que los trovadores empleaban para cantar al amor, y con su sencillez ha conquistado a nuestro mundo tan complicado. Los que sueñan en reformas sociales y religiosas acuden al ejemplo del Pobrecito de Asís para justificar sus aspiraciones, y los sentimentales no pueden resistir a su inmensa bondad. Pero los rasgos idílicos relacionados con su nombre -su matrimonio con la Pobreza, su amor por los pajarillos, la liebre acosada, el haIcón, el jilguero de la cueva, su pasión por la naturaleza (la naturaleza en el siglo XIII era todavía una cosa «natural»), sus hazañas y palabras románticas- todos esos rasgos no son, por decirlo así, más que chispazos de un alma que vivía sumergida en lo sobrenatural, que se nutría en el dogma cristiano y que se había entregado enteramente, no sólo a Cristo, sino a Cristo crucificado.
Francisco había pedido que le sepultasen en el cementerio de los criminales de Colle d'Inferno. En vez de hacerlo así, sus hermanos llevaron al día siguiente el cadáver en solemne procesión a la iglesia de San Jorge, en Asís. Ahí estuvo depositado hasta dos años después de la canonización. En 1230, fue secretamente trasladado a la gran basílica construida por el hermano Elías. El cadáver desapareció de la vista de los hombres durante seis siglos, hasta que en 1818, tras cincuenta y dos días de búsqueda, fue descubierto bajo el altar mayor, a varios metros de profundidad. El santo no tenía más que cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco años al morir. No podemos relatar aquí, ni siquiera en resumen, la azarosa y brillante historia de la orden que fundó. Digamos simplemente que sus tres ramas -la de los frailes menores, la de los frailes menores capuchinos y la de los frailes menores conventuales- forman el instituto religioso más numeroso que existe actualmente en la Iglesia. Y, según la opinión del historiador David Knowles, al fundar ese instituto, san Francisco «contribuyó más que nadie a salvar a la Iglesia de la decadencia y el desorden en que había caído durante la Edad Media». La literatura relacionada con san Francisco es tan vasta y los problemas que presentan algunas de las fuentes son tan complicados, que sería imposible entrar en detalles en el espacio de que disponemos. Digamos en primer lugar que se conservan algunos breves escritos ascéticos del santo, de los que hay, naturalmente, ediciones críticas. En segundo lugar, existe toda una serie de «legendae» (la palabra no indica aquí que se trate de relatos fabulosos), es decir, las biografías primitivas. Las más importantes, desde el punto de vista histórico, son la Vita prima, que se atribuye a Tomás de Celano, escrita antes de 1229; la Vita secunda, escrita entre 1244 y 1247, que completa la anterior y los Miracula, que datan aproximadamente de 1257. Hay que citar además la biografía oficial, escrita por san Buenaventura hacia 1263. La Legenda minor, destinada al uso litúrgico, se basa en la biografía escrita por san Buenaventura, quien la compuso con miras a pacificar los ánimos: en efecto, en aquella época había estallado una violenta controversia entre los frailes «zelanti» o «espirituales» y los partidarios de la observancia mitigada. Los miembros del primer partido se basaban en los dichos y hechos del fundador, tal como se conservaban en las primeras biografías. San Buenaventura suprimió muchos incidentes de la vida del fundador para evitar las ocasiones de discordia, y los superiores de la orden mandaron destruir las «legendae» primitivas. Por ello, los manuscritos de tales leyendas son por hoy muy raros y algunos de ellos sólo han llegado a ver la luz gracias a los esfuerzos de los investigadores. Está fuera de duda que el hermano León, confidente íntimo de san Francisco, escribió unas «cedule» o «rotuli» sobre el fundador de la orden. Otro de los textos primitivos más importantes es el «Sacrum commercium» (las conversaciones de Francisco y sus hijos con la santa Pobreza), escrito probablemente por Juan Parenti hacia 1227. Existen la «Legenda triza sociorum», la «Legenda Juliani de Spira» y otras obras por el estilo, así como los «Actas beati Francisci»; esta última obra, con el nombre italiano de Fioretti (Florecillas), ha sido traducida a todas las lenguas.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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