Llevo demasiadas semanas sin confesar. La pandemia mundial y el confinamiento han hecho que mantenerse cerca de la fe sea más difícil.
Puedo hablar con mi director espiritual, pero por teléfono o whatsapp no es lo mismo. Es verdad que la comunión espiritual está muy bien… pero ver la misa a través de la pantalla tampoco es lo mismo.
Me han sugerido escribir este artículo sobre una aplicación llamada Amén. Lo primero que pienso es que podría ser una noticia más entre tantas otras sobre las miles de aplicaciones ‘religiosas’ o espirituales que existen. Pero en vez de leerme la información y ya está, decido descargarla en mi móvil.
Lo desbloqueo. ‘App store’ (tengo android). Pulso en el buscador y escribo: A – m – e – n. Y me acuerdo de los cientos de comentarios de ‘Amén’ en los post de las redes sociales.
Encontrada. La empiezo a descargar. Tiene un logo azul, con un bocadillo -de los de los cómics, no de panceta- con una cruz dentro. No está mal.
Después de pelearme con el wifi y la velocidad del internet, por fin se descarga. La abro. Me pide que cree un usuario, pongo mi nombre, mi correo….
Es gratis (bien) y hasta aquí todo normal. Una aplicación moderna, ágil, diseño bonito, con un menú inferior sencillo. Perfecto.
Y mi escepticismo termina cuando empiezo a probar la aplicación. En el menú inferior tiene cinco botones. Uno es el de configuración, pero me llama la atención el del centro… es un libro con una cruz sobre la portada.
Tiene pinta de que es una Biblia así que presiono. Y me aparece en la pantalla el Evangelio del día. “¡Qué bien!”, pienso, porque llevo días sin leerlo.
“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz… y me siga”. Es el Evangelio que leo mientras escribo este artículo. Y efectivamente me viene al pelo… que le siga. Y sigo explorando.
Al lado de la Biblia hay una iglesia. Y cuando pulso aparece un mapa con las iglesias que tiene registradas alrededor. Útil desde luego. A la derecha de la Biblia una ‘M’ cruzada por una ‘t’… ¿o una cruz? Pincho y me aparecen mensajes del día, el santo del día, diferentes oraciones…
Pero el plato principal está a la izquierda del todo, en el botón que lleva como imagen el mismo logo que la aplicación. Cuando clicko me extraña que no aparece nada, una hoja en blanco. Pero arriba a la derecha hay un bolígrafo. “Vamos a probar”.
Me deja escribir un mensaje. Y recuerdo: “El que quiera venir detrás de mí…” Así que pongo lo primero que se me ocurre. Lo que necesito. “Quiero…” No. Borrar. Mejor: “Me encantaría poder confesar.”
Y ya está. Solo queda esperar el mensaje de respuesta. Y pienso: “Oye pues no está nada mal esta aplicación”. Una app que me ayuda a rezar, me envía notificaciones con los evangelios de cada día y oraciones…
Y además me ayuda a encontrar parroquias y sacerdotes cerca de mí. Y la realidad es que es una necesidad para muchos en muchas ocasiones.
“En Amen podrás contactar a sacerdotes y religiosos las 24 horas del día, desde donde estés fácil, gratis y con geo-localización”. Es la presentación de la app que puedes encontrar en su web. Y el eslogan es: “Un sacerdote al alcance de un click!”.
Y terminan con una cita del papa Francisco que viene mucho a cuento: “Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad, entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios”.
La app acaba de nacer y está en pañales, pero desde luego tiene muy buena pinta. El coronavirus nos ha enseñado que el mundo digital puede ser un muy buen puente en nuestra relación con Dios. Y yo hoy, espero poder volver a confesarme gracias a Amen.
Lee el articulo